Lady L

Lady L

sábado, 31 de diciembre de 2011

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Good riddance

Y se acaba el 2011, nomás. En esta época uno tiende a sobreestimar el sistema calendario y a pensar que el 31 de diciembre se cierra el ciclo. Como si fuera un balance, o el capítulo de un libro que se termina. 

Quizás no sea más que una estrategia de optimismo o simple supervivencia eso de pensar que el 1 de enero tenemos otra vez la página en blanco y que todo lo que viene es proyecto, planes, oportunidad. 

Entonces nos deseamos feliz año, como cada 31 de diciembre, y ponemos las expectativas y las esperanzas en esos doce meses que llegan, nuevitos, listos para usar, como dice Mafalda. 

No creo que esté mal el festejo, el brindis, los fuegos artificiales y todo eso. Pero tal vez los deseos más importantes sean los que para un desprevenido podrían parecer los más sencillos, esos que casi no se nos ocurren por evidentes, por darlos por sentados. 

La familia. Las personas valiosas. Las cosas que uno ama, por más pequeñas que sean. La integridad. Los momentos que después se recuerdan con una sonrisa. La curiosidad. Un lugar al cual volver. Un lindo sueño. Las palabras que dejan huellas. La certeza de ser una persona querida.

Todas aquellas cosas por las que a uno le dan ganas de agradecer. 

Feliz 2012, gente. Y a vos, 2011, que te garúe finito.

Imagen via ffffound.com

martes, 13 de diciembre de 2011

Why so serious?

Hasta el día más espantoso es capaz de albergar una sonrisa. Una, aunque sea aislada, aunque sea forzada, es sonrisa al fin y a veces ayuda a compensar el resto.

Hay un poema con nombre de marca de ropa (Desiderata) que termina con la frase "esfuérzate por ser feliz".  

Esfuérzate por ser feliz. Sin llegar a escribirlo en el espejo como Nacha Guevara, o convertirlo en uno de los mantras bobos de "El arte de vivir", es una linda propuesta. Es posible encontrar un cachito de felicidad en cada día y rescatarlo, mirarlo bien y pensar que quizás por ese momento valió la pena el día entero. 

Hoy, por ejemplo, en un día más que complicado de trabajo, encontré mi humilde cuota de felicidad en la nota que me dejó una amiga en la silla del escritorio, junto con un regalo inesperado. Dos hojitas rosas de esas de los tacos de colores. Nada más. Y nada menos.
"The joker",  ilustración de Marie Bergeron

viernes, 9 de diciembre de 2011

A destiempo

A veces tengo la sensación de que nací en la época equivocada. Hace poco me dijeron que soy un ejemplar que se adelantó a la generación Y (me corresponde ser X), pero creo que ni siquiera es eso.

Me parece que haber nacido cien años antes me hubiera sentado mucho mejor. Será porque estuve leyendo y viendo algunas ficciones de esa época y me intriga pensar cómo hubiera sido para mí moverme en ese mundo, según las convenciones de esos años, en los que faltaba tanto por descubrir, y tantas personas interesantes por nacer.

Entonces uno deja de lado las desventajas (total es una fantasía) y empieza con las exquisiteces, ¿para qué soñar si no? 

En una época donde el ocio no sólo estaba bien visto sino que era lo esperable de una dama, mis únicas ocupaciones serían aprender piano, quizás francés, escribir y viajar en barco para conocer el mundo. Tendría una biblioteca enorme en la que me pasaría horas leyendo. Me comunicaría por carta y mandaría tarjetas antes de hacer una visita. Tendría muchos vestidos y usaría abanicos y guantes largos. 

De haber nacido cien años antes no sé si hubiera sido una dama pero seguramente sí una bon vivant. Una verdadera lazy lady que no haría un pedo a la vela en todo el santo día.  

"Hanging out in history", de Karien Deroo

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Bloody Mary


Ayer vino el Sr. Jefe y me dijo: “mañana viene una chica inglesa al estudio, se acaba de recibir de abogada en Londres y viene a Buenos Aires a hacer una pasantía antes de entrar en [no entendí, mi cerebro se apaga a veces]. La tenemos que entretener durante la mañana.”

Punto N° 1: No al uso del plural cuando claramente me estás pidiendo que me haga cargo yo de tu fiambre.

Punto N°2: ¿Me vieron cara de bufón? ¿Cómo es posible entretener a alguien dentro de una oficina como ésta? ¿Organizo una búsqueda del tesoro en los archivos? ¿Jugamos al juego del paquete con alguna carpeta? (o mejor con alguno de los seres que deambulan por estos pasillos). Ya sé, la escondida. La escalera de incendios es un buen lugar.  

Punto N°3: ¿Justo a mí me tienen que venir con estas cosas? Detesto tener que interpretar el papel de amable y simpática cuando no lo soy, y encontrar temas de conversación donde no los hay, con alguien que seguramente habla como Kate Middleton, pero sin el componente de realeza ni de glamour.

Sr. Jefe, hoy usted no me simpatiza. 

"Liberdade e Amor", ilustración de Jump Jirakaweekul

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Pensamiento lateral

Mi capacidad para distraerme es ilimitada. 

Esta tarde nos juntamos a tomar un café con mis amigas L y R. Venía todo bárbaro hasta que se pusieron a hablar de Cosas Serias, con palabras tales como "contract manager", "empresa", o "desayuno de negocios" y de repente yo me encontré pendiente de un cuarteto de palomas que se habían posado en la mesa de al lado y habían iniciado una guerra campal por unos restos de sandwich. Hacían ruido, se movían, chillaban (siempre hablo de las palomas), sobreactuaban esos aleteos fuertes que hacen los pájaros para intimidar al adversario, como los gatos cuando se paran en dos patas. Eran unas palomas guerreras y violentas, de esas grandes, que casi parecen gallinas. 

En un momento dos de ellas se trenzaron en una batalla sangrienta por un jirón de jamón crudo y tiraron el servilletero al piso. Ahí me sobresalté y empecé a flashear con una suerte de remake de "Los pájaros" de Hitchcock pero en versión paloma del microcentro, bicho sucio y arrabalero si los hay. 

Me imaginé que las cuatro palomas detenían la lucha en el mismo instante y me miraban, con esos ojos sin párpados que tienen, y empezaban a chillar las cuatro al mismo tiempo. Primero bajito, como entre ellas, planeando una estrategia. Después más alto, más, y más, y empezaban a batir las alas, y después una por una se iban acercando y volaban a mi alrededor, hasta que en un momento empezaban a tirarme picotazos al pelo y me obligaban a agarrarme la cabeza con las dos manos y salir corriendo de ahí.

Mientras tanto, mis amigas ya habían pasado al tema "fiesta de fin de año" y debatían qué tipo de zapatos quedarían mejor con un vestido de cocktail. 

Ilustración via dustglitterrain

domingo, 27 de noviembre de 2011

Aplauso dominguero

"For whatever we do, even whatever we do not do prevents us from doing the opposite. Acts demolish their alternatives, that is the paradox"

La traducción sería algo cercano a "Porque todo lo que hacemos, incluso todo aquello que no hacemos nos impide hacer lo opuesto. Los actos demuelen sus alternativas, esa es la paradoja".

(fragmento de "Light Years", de James Salter).

Ilustración: Agata Nowicka

viernes, 25 de noviembre de 2011

La primera impresión

Admito que soy prejuiciosa y que generalmente me quedo atadísima a la primera impresión que me provocan las personas al conocerlas. Enseguida les pongo etiquetas: nabo, hueca, maleducado, pedante, etc. Después no tengo problemas en rectificar esas percepciones iniciales y admitir que estaba equivocada, si la persona vale la pena. Me ha pasado muchas veces.  

Lo mismo con la gente que me cae bien de entrada. A veces conozco personas que al principio parecen inteligentes, generosas, buenas personas, y que después empiezan a mostrar la hilacha y se deschavan en su verdadera esencia.

¿Qué es lo que mostramos al otro en un primer contacto? ¿Es lo que realmente somos o la proyección de cómo queremos que el otro nos vea? Supongo que se dan los dos casos, porque también hay gente que es así, tal como la ves y la sentís el primer día: genuina, transparente.

Según dicen los que me conocen, la primera impresión que tuvieron de mí fue la de una persona antipática, malhumorada, inaccesible (en el mejor de los casos). Una joyita.

La primera impresión, ¿realmente es la que cuenta?



Ilustración: Aishan Yu


miércoles, 23 de noviembre de 2011

Post data

Los que nunca recibieron una no saben, no pueden saber de la emoción que se siente al ver el sobre ahí, solito y cerrado, cerrado por alguien, por la misma persona que se tomó el trabajo de elegir una hoja de papel, una lapicera con buen trazo y se sentó a escribir esas líneas. 

Que seguramente tuvo que pensar todas y cada una de esas palabras manuscritas. 

Que quizás tiró varios borradores (hechos un bollo, nada de papelera virtual) antes de llegar a la versión final.

Que decidió que lo que tenía para volcar ahí era algo valioso, digno de perdurar en el tiempo.

Que no sólo escribió la carta sino que tuvo que llevarla hasta el correo, con lo cual tuvo tiempo de confirmar que sí, que esa comunicación de verdad tenía que suceder.

Amo las cartas. Me imagino un sobre de papel por cada uno de los e-mails que recibo por día y me agarra una cosquillita acá en la panza, pero de esas lindas, de las que vale la pena tener.


Ilustración de Nicolaz García

lunes, 21 de noviembre de 2011

Impermeable (parte I)

Michael Corleone, en El Padrino III, se entrevista con el cardenal Lamberto. Antes de aprovechar la volada para confesarlo, el cardenal le dice a Michael que los europeos, a pesar de haber estado inmersos por siglos en el catolicismo, no han sido penetrados por Cristo. Se lo explica sacando una piedra de un estanque, donde ha estado sumergida por muchos años: la piedra está empapada, pero cuando el cardenal la rompe se ve que el interior está completamente seco.

Ayer fui al MALBA a ver "El estudiante", una película argentina que vale la pena ver, y que trata sobre la militancia estudiantil universitaria. Mejor dicho, sobre la militancia. Es la historia de Roque, un chico no tan chico del interior, que un poco por casualidad y otro poco por amor (¿cuándo no?) ingresa al mundo de la política estudiantil y va conociéndolo de a poco, a los golpes, hasta convertirlo en su único mundo y en la razón de su vida. 

A pesar de que la película me gustó mucho, salí del cine con un sabor medio amargo, el de la evidencia de haber pasado por ese mundo universitario (y por la vida política en general) sin saber qué es la militancia, el compromiso por una causa, la lucha por un ideal. No es algo de lo que me enorgullezca, pero tampoco lo considero una cuenta pendiente. Simplemente se dio así. Pasar por al lado de los stands de las agrupaciones sin mirarlos, no leer ni siquiera los títulos de los folletos que me entregaban en mano, desconocer sus propuestas, votar por inercia a Franja Morada. Pasé por la universidad con anteojeras, con la única meta de rendir bien las materias y recibirme lo antes posible. Apolítica. Autista. Impermeable, como la piedra del cardenal Lamberto.

Continuará...  

"A different kind of education", ilustración de Jeffrey Alan Love
Otro que anduvo de gira cultural fue Mario, pueden leer su crítica a "Lluvia constante" acá.  

miércoles, 16 de noviembre de 2011

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Mu

Quizás el asado esté entre las cosas más ricas que se me ocurren si pienso en comidas. Y eso que hay platos por superar: unas buenas pastas, un guisito, un pastel de papas, sushi.

Pero el asado, si está bien hecho, puede ser algo sublime.

Un asado que se precie tiene que empezar necesariamente con una picada. Como mínimo queso, pan, salame o salamín (no sé cuál es la diferencia), papas fritas, aceitunas, y alguna bebida espirituosa para acompañar, a gusto del consumidor. Nada mejor que un buen aperitivo mientras la parrilla se pone a punto y el asador empieza el ritual, que varía según cada persona (porque cada asador tiene su sello, sus mañas, sus trucos; otro día puedo hacer una clasificación).

Mi asado ideal empieza con chorizo, morcilla, y ensalada de papa y huevo. No soy fan de las achuras, pero puedo aceptar una mollejita si está bien cocida. Sigo con matambre, vacío, tapa y asado propiamente dicho. No tengo límites. El pollo se lo dejo a los amargos que no comen carnes rojas (ni hablar de los sacrílegos vegetarianos o veganos que perpetran el delito de comer sólo papas o morrones asados con ensalada).

Asado vino tinto = la perfección, además del mejor invento argentino.  

Nota mental: no escribir más un post en estado de hambruna porque se me hace agua la boca.


Imagen de wackystuff (vía Flickr)

martes, 8 de noviembre de 2011

La argentinidad al palo

Soy de las que siempre se quejan de la mal llamada viveza criolla, de las que sienten vergüenza ajena cuando alguien se sube al subte sin boleto, o falsifica credenciales para entrar gratis a un recital o un museo. Creo que lo que más me molesta es el que se jacta de tales “proezas” y que con cada peso ahorrado se cree un poco más inteligente que los demás.

Pero la vida te pone a prueba de modos misteriosos (Pastor Gimenez’ s alert). En este momento me debato entre el bien y el mal, entre el ser y el deber ser, estoy parada en el precipicio a punto de caer en el abismo de la argentinidad, del cual ya no hay retorno posible.

Resulta que hace un mes y pico hice un pedido de libros a Amazon, por culpa de Anne Boleyn, que me dio la idea acá. Como no llegaron a tiempo hice el reclamo, y en menos de 5 horas había recibido las disculpas de Amazon y la confirmación de que habían cargado el pedido de nuevo.

Hoy recibí las dos cajitas juntas en mi casa. O sea que en lugar de 3 hermosos libros tengo 6.

Tengo 3 opciones:

1) Ser una persona civilizada y notificar a Amazon, para ver cómo es el tema de la devolución.

2) Poner cara de Gollum y atesorar los libros al grito de "my precious" para hacer feliz a alguien que comparta mis gustos literarios.

3) Esperar un tiempo prudencial a ver si me reclaman algo, y luego proceder a la opción 2 con más tranquilidad mental, convenciéndome de que la orden extra es una especie de compensación por la demora original.

Dudo, dudo, no paro de dudar.

"Beauty for Annabelle", ilustración de Denise Van Leeuwen

lunes, 7 de noviembre de 2011

Otra oportunidad

Los domingos fueron hechos para la vagancia, y por tal cosa yo entiendo tres actividades:

  1. Comer;  
  2. Dormir;
  3. Disfrutar de alguna ficción (libro, película/serie o teatro).
Ayer (además de las primeras dos, claro) tocó película, así que R y yo nos fuimos al cine a ver la última de Almodóvar: “La piel que habito”.

¿Cómo empezar? Quizás por lo que sí me gustó, a riesgo de sonar como Graciela Alfano. Me gustaron las locaciones, la fotografía, la música, y la belleza innegable de la actriz principal (matémosla).

No me gustó el argumento: sin adelantar nada puedo decir que Pedro metió a Frankenstein y a un combo de novelas mexicanas en la licuadora, agregó un poco de sal y apretó el botón rojo. Obviamente salió una mezcla bastante informe, por no decir  inverosímil y traída de los pelos.

No me gustó el guión ni la estructura de la película: muchos flashbacks al dope y explicaciones innecesarias. No me gustó Antonio Banderas. No me gustó el final.

En definitiva: no me gustó. Algunos dirán que es cine de culto, que Almodóvar es “sólo para entendidos”. La pindonga. Para mí si la película le hace ruido al espectador común y corriente (como uno) significa que algo falló. Mi calificación: 2 y ½ de un máximo de 5.  

Ilustración de Aldous Massie


viernes, 4 de noviembre de 2011

La metamorfosis

Todavía no tengo hijos, con lo cual estoy en la etapa en la que para mí “BB” significa Blackberry o en todo caso Brigitte Bardot o Bahía Blanca, nunca “bebé”. Pero tengo muchas amigas que ya los tienen, y he notado que la maternidad las ha modificado a tal punto que algunas están irreconocibles.

Más allá de la incorporación de vocablos que uno todavía desconoce, como por ejemplo “huevito”, “practicuna”, o el temible “sacaleche”, creo que el nuevo status les ha cambiado hasta la manera de hablar. Podría decirse que la voz se les dulcifica, se les agudiza un poco el tono, el hablar es más pausado, e indefectiblemente el tema que empieza a predominar durante el 70% o más del tiempo de los encuentros o salidas es uno solo: los niños.

Con otra amiga hemos implementado la “Maternity Alarm”, que consiste en hacerles notar de manera bastante violenta al grupo de amigas madres que ya llevan bastante tiempo hablando de las ventajas y desventajas del chupete de silicona, y que ya podemos pasar a temas más superficiales que nos competan a todas, como el color de esmalte de uñas que se usa esta temporada.

Espero no volverme monotemática cuando me llegue el momento, y que no sea necesario que nadie haga sonar esa alarma (o directamente me pegue un bife por aburrida).

"Rosemary Baby", ilustración de Lindsay Beach

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Heroínas

Soy de la época del Street Fighter ochentoso, pero mi Alzheimer ha llegado a tal punto que no me acuerdo si se jugaba con la computadora (una Commodore 64) o con el Family Game (términos ambos igual de obsoletos). Lo que sí me acuerdo es que yo siempre elegía para jugar a Chun Li, y que mis hermanos me pegaban unas palizas épicas porque -por supuesto- era malísima. A mí me gustaba porque era japonesa y tenía dos rodetes en el pelo, si peleaba bien o mal era un tema secundario.

Otro personaje que me fascinaba era Cheetara, de los Thundercats, pero no por su velocidad sino porque me parecía hermosa con su aire felino y su piel atigrada (¿vendrá de ahí mi gusto por el animal print?). No entendía cómo Leon-O no se fijaba en ella en lugar de estar viendo más allá de lo evidente con su espada del augurio.

Pero sin repetir y sin soplar, los personajes femeninos de ficción que más me atraían de chica eran: Clarita de Heidi (silla de ruedas incluida), Jo de Mujercitas, Alicia (siempre), la Sirenita, Jerusha Abbot de "Papaíto Piernas Largas", Rainbow Brite, Mafalda, Katy (de un libro de la colección Robin Hood que se llamaba "Katy va a la escuela"), She-Ra, Momo y Campanita. 

Me divierte pensar que puedo tener algo de cada una de ellas. 


Ilustración: Irma Kniivila

martes, 1 de noviembre de 2011

Ya no queda nada más

Ayer fue Halloween. A falta de fiesta o de algún plan que incluyera calabazas, me disfracé de Bridget Jones y me instalé en el sillón frente a la TV con ¼ kilo de helado para ver el final de “El Elegido”, la novela que me fumé todo el año (al principio para reírme de la particular versión televisiva de un estudio de abogados, después para criticar a la Brédice, y después porque –lo admito- me enganché).

Odio a Echarri y a Paola Krum, pero me gustaba ver a Lito Cruz en su personaje de abogado diabólico, y a Luciano Cáceres como su hijo perturbado encarnando a mi pecado capital preferido: la pereza. Ludovico di Santo era una linda manera de recrear la vista, y había algún que otro personaje pintoresco: Greta, Armenia y Verónica San Martín (¡atencium!).

Para estar a tono con la temática, la verdad es que el final estuvo lejos de hacerle justicia a la novela. Lleno de clichés, de muertes gratuitas y de justificaciones ridículas para los “grandes secretos” que habían sido la base de la historia durante todo el año. ¿Qué joraca es el regüe? ¿Para qué servía? ¿Era necesario que en la última semana apareciera la paparruchada esa de la daga negra y la daga blanca? ¿Y ese final abierto, con Alma que por supuesto empezó a hablar siendo autista?

Malísimo todo, pobre y berreta. Me indignan los guionistas que no planean el final de una historia desde que empiezan a escribirla.
 
Por suerte, para compensar, el helado estuvo 10 puntos.

viernes, 21 de octubre de 2011

Colorín colorado


Preguntas existenciales que uno se hace: ¿por qué la mayoría de las pelirrojas son lindas y sexies y en cambio los pelirrojos son más feos que una patada en las encías?

Pienso en pelirrojas y enseguida se me vienen a la cabeza las imágenes de diosas como Rita Hayworth, Christina Hendricks, Geri Halliwell, Emma Stone, Nicole Kidman y Jessica Rabbit.

En cambio de varones sólo puedo pensar en Ron Weasley (el amigo de Harry Potter), el príncipe Henry, Philip Seymour Hoffman (foto), el Colorado R de mi trabajo, Chucky, Ronald Mc Donald y el payaso de It. Dicen que Judas era pelirrojo también.

Son todos feos. Y salvo el bueno de Ron, todos los demás comparten características bastante desagradables. Hay gente que le tiene fobia a los pelirrojos, incluso miedo. Otros dicen que traen mala suerte, y que por las dudas al ver uno hay que tocarse ciertas partes izquierdas del cuerpo (que varían según el sexo del supersticioso en cuestión), para evitar cualquier riesgo.

¿Por qué la genética en los pelirrojos es tan bondadosa con las mujeres y tan cruel con los hombres? Ya bastante tienen los pobres rojizos con quedar condenados desde el nacimiento al apodo “Colo” (porque la gente es muy poco original con esas cosas) como para –encima- cargar con el peso de la fealdad.

Una incógnita. 

Philip Seymour Hoffman, ilustración de Eric Jones

jueves, 20 de octubre de 2011

Boom

Hay pequeñas cosas que pueden hacer que un día de mierda sea un poquito mejor.

Cuando era chica de vez en cuando había amenaza de bomba en la escuela. Entonces nos hacían salir a todos, nos llevaban a dos cuadras de distancia (precaución ridícula si las hay, porque si lo de la bomba era cierto nos moríamos igual) y ahí, mientras llegaban los bomberos y revisaban aula por aula, nosotros jugábamos interminablemente al juego de la oca, felices de perder unas cuantas horas de clase.

Cada vez que hay simulacro de incendio en el trabajo me acuerdo de esa época. También nos hacen bajar a todos y nos dicen que esperemos en la esquina. Hay personas encargadas de mantener la calma y de guiar a la multitud por las salidas de emergencia (se las reconoce por el ridículo casco rojo que las obligan a usar).

Así que ahí vamos, toda la manada de ovejitas mansas a papar moscas mientras termina el simulacro. Algunos se estresan porque tienen cosas que hacer. Otros se mantienen alienados en las pantallas de sus Blackberries. Yo disimulo la alegría de escapar por un rato del odioso escritorio. Claro que si  propongo jugar al juego de la oca con Gente Seria Con Mayúsculas corro el riesgo de que me miren un poco raro, por eso opto por aprovechar el bache para ir a mirar vidrieras al shopping o a tomar un cafecito por ahí.

Lo de la amenaza de bomba no se le ocurrió a nadie. Todavía. 

"Betty vs. the pigeons", ilustración de Neal Mc. Cullough

miércoles, 19 de octubre de 2011

Vamos por partes

Dijo Jack, y esta vez no me refiero al Destripador, sino a Jack Nicholson en su personaje -también Jack- en The Shining (El Resplandor).

Ayer vi de nuevo esta película de Kubrick que ya tiene unos añitos (al que se le ocurra llamarla vieja lo ahorco, porque es de 1980) y confirmé que lo mejor, sin dudas, es él. Creo -sin contar nada del argumento- que el mismo guión con cualquier otro actor hubiera pasado desapercibido. Pero esa cara, esos ojos inconfundibles y esa sonrisa siniestra que después sería el sello del Guasón, me parecen suficientes para asustar a cualquiera. 

La peli, aunque hoy parece un poco lenta en ritmo, está llena de escenitas sutilmente macabras, que son lo que más me gusta del género de terror. No me seducen los chorros de sangre, los monstruos o los aliens. A mí dénme el fantasma de unas mellizas muertas hace años en un hotel vacío en el medio de la montaña, o la imagen de un nene con ropa 100% ochentosa (corte taza incluido) repitiendo "redrum, redrum" (murder al revés) como un desquiciado con una voz ronca y extraña y ya estoy lista para los pochoclos. Lo mismo me pasa con otras películas, las cosas que me ponen la piel de gallina son quizás las menos obvias (la imagen de los globos de colores en It, el frío en la habitación de El exorcista).

El resplandor quizás no sea la mejor película de terror que vi, pero definitivamente está entre las mejorcitas del rubro, o sea en el selecto grupo de las que compro para, de vez en cuando, volver a ver. 

Ilustración: David Lasky, via Flickr


martes, 18 de octubre de 2011

#brevísima


IMPORTANTE: el presente post debe ser leído sin ánimo ofensivo o acusatorio alguno y al simple y mero efecto de provocar si no una sonrisa, al menos una reacción, mueca o gesto cómplice entre los lectores. Bajo ningún aspecto podrá considerarse ninguna de las afirmaciones que siguen como ataques directos y/o indirectos a la persona y/o bienes del lector. La propietaria de este blog no se responsabiliza por el daño moral que pudiera causar cualquier interpretación en contrario.

Aclarado lo anterior, empiezo: tengo una cuenta de Twitter pero todavía no le agarro mucho la onda. Lo abro muy poco, y sí, admito que me cuelgo leyendo comentarios ingeniosos que seguramente no se me ocurrirían, o me entero de alguna que otra propuesta que me parece interesante. Sigo a personalidades muy disímiles, de todo tipo, rango y color, también a algunas publicaciones, marcas e instituciones. Cada tanto “tuiteo” o “retuiteo” alguna boludez.

Sabía que Twitter significaba gorjeo en inglés (de ahí el famoso pajarito) o “parlotear, cotorrear”, pero por pura curiosidad busqué en el diccionario el significado de twit, y me encontré con que es un sustantivo que significa imbécil. ¿Lo habrán tenido en cuenta a la hora de bautizarlo? No puedo creer que no.

Pareciera que la palabra Twitter encierra un claro doble sentido en el que el pajarito azul se puso al frente para engañar a la gilada y en realidad no se trata de otra cosa que de un gran amontonamiento de imbéciles (ya dije que me incluyo) exteriorizando sus pensamientos en 140 caracteres. Algunos más imbéciles que otros, claro está, como los que creen digno de compartir con el mundo que están esperando que llegue la pizza o que se les despintó la uña del dedo meñique. Se me ocurre que el máximo exponente de imbecilidad podría ser Grace Alfano, o Paris Hilton, y en el otro extremo estarían capos como Stephen Hawking o Damon Lindelof.

¿Tienen cuenta de Twitter? ¿A quiénes pondrían en el top 3 de la imbecilidad?

Imagen: Flickr (no sé cuál es la fuente original...)



lunes, 17 de octubre de 2011

Whisky!

Las cámaras digitales y su ilimitada cantidad de disparos tienen la culpa de que se haya perdido un poco la magia de las fotos. Antes se compraban rollos de 12, de 24, de 36, y ése era el promedio de fotos que se sacaba en un evento X (nacimiento, bautismo, cumpleaños). Para viajes o casamientos quizás eran un poco más, pero creo que nunca más de 100. La cantidad obscena de fotos que se sacan hoy en día (que no es lo mismo que decir la cantidad de fotos obscenas), era algo impensado.

Quizás por la misma multiplicación hasta el infinito de fotos es que ha decaído el interés en ellas, por aquello de la "utilidad marginal", que le llaman los economistas.

Antes una foto era algo especial, único, porque se tenía una, dos, o tres de ese momento que valía la pena ser recordado. El revelado se esperaba con impaciencia, y salir bien o mal en la foto era irreversible. Ahora es "borrala, sacá otra". Y otra. Y otra, hasta que esa amiga semi baqueta se parezca lo más posible a Charlize Theron y pueda usar la foto para su perfil de Facebook.

Algunos no se conforman con sacar fotos, van más allá: tienen que mostrarlas, subirlas a Facebook, etiquetar, comentar. Si no, es casi como si aquel momento no hubiera existido para ellos. Es lo que dice el personaje de Mark Zuckerberg en la película Red Social (5 pulgares arriba): "Antes vivíamos en granjas, después vivimos en ciudades, ahora vamos a vivir en la red". 

Personalmente coincido con el comentario de Anne de hace unos días: me quedo con la cámara analógica (o con un prudente uso de la digital) y con calidad antes que cantidad, con espontaneidad antes que perfección. Y sí, me banco salir mal, que es en casi todos los casos.

"Smile", ilustración de Mr. Brainwash

viernes, 14 de octubre de 2011

That 80's Show

¿Qué es un walkman?—me dijo el otro día mi sobrino de siete años, y me arrojó a la cara sin piedad la conciencia de mis 30 años.

—¿Cómo qué es un walkman? El aparato donde se escuchaban cassettes —dije yo, dándome cuenta en el acto de que en lugar de aclararle algo al pobre chico, lo estaba confundiendo más. Efectivamente, me miró con una expresión en los ojos como si le estuviera hablando en chino.

—Es para escuchar música con auriculares... Es como un Ipod —le dije por fin, y ahí sí entendió y se fue.

Me di cuenta de que además de desaparecer los objetos, se perdieron todas esas palabras que hoy nos parecen obsoletas, como diskette, Atari, austral, Commodore 64, vaqueros, videocassettera, cospel, máquina de escribir, tocadiscos.

Las expresiones ochentosas también cayeron en desuso: "es un potro", "qué fachón", "está de onda", "mató", "es una masa", "faaaa", etc, aunque algunas volvieron renovadas y ahora son vintage, como "cheto" o "chapar".

Igual nunca falta el desprevenido que en el medio de una frase deja caer alguna de estas palabras delatoras, como ayer una mujer en la clase de pilates, que dijo: "me siento en el Italpark". En estos casos a uno no le queda otra que la media sonrisa cómplice, comprensiva, mientras los menores de 20 te miran con esa expresión vacía en los ojos como si les estuvieras hablando en chino.
"80's stuff", Anthony Peters

jueves, 13 de octubre de 2011

Te conozco, mascarita

Hay un diálogo buenísimo en Kill Bill, en el que David Carradine (Bill) le habla a Uma Thurman (Beatrix Kiddo) sobre la mitología de los superhéroes.

Le dice que lo común en una historia de mitología es que por un lado esté el superhéroe, y por el otro su alter-ego. Que Batman en verdad es Bruce Wayne, que Spiderman es en realidad Peter Parker: cuando ese personaje se despierta por la mañana, es Peter Parker. Tiene que ponerse un traje para convertirse en Spiderman.

Dice Bill que en esa característica es en la que Superman no tiene semejante. “Superman no se convirtió en Superman, nació siendo Superman. Cuando se levanta por la mañana, es Superman. Su alter-ego, es Clark Kent. Ese traje, con la S en rojo, era la colcha con la cual estaba envuelto de bebé cuando los Kent lo encontraron. Esa es su ropa. Lo que usa Kent, las gafas, el traje de negocios, ese es el disfraz. Ese es el traje que utiliza Superman para mezclarse entre nosotros. Clark Kent es como Superman nos ve a nosotros. ¿Y cuales son las características de Clark Kent? Es débil, inseguro... es un cobarde. Clark Kent es la crítica que hace Superman sobre toda la raza humana.”

A veces los que no somos superhéroes (o no lo sabemos todavía, ja!) también nos ponemos disfraces para mezclarnos con el resto, para camuflarnos y encajar. En general esos disfraces son como los describe Bill, nuestra propia visión de los que nos rodean, o en algunos casos, nuestra versión de cómo pensamos que los otros nos ven. Nos ponemos máscaras que van variando de acuerdo a la ocasión. Si el disfraz es lo suficientemente bueno, quizás los demás nunca lleguen a notar el artificio. El peligro está en dejárselo puesto demasiado tiempo, y olvidarse de cuál era nuestra identidad original.


"Superman's day off", Jennie Ottinger, 2010

miércoles, 12 de octubre de 2011

Los senderos que se bifurcan

El tema de los universos paralelos me parece fascinante. Creo que me intrigó por primera vez en una película que vi de chica, en la que dos gemelas lograban atravesar un espejo y entraban en un mundo similar a éste, pero en el que pasaban cosas extrañas. Después me di cuenta de que esa película (no me acuerdo el nombre) no era más que una burda copia de “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí”, la continuación de Alicia en el país de las maravillas.

En ese libro, Lewis Carroll deja caer algunas ideas más que interesantes, como la del Rey Rojo soñando con Alicia, y la advertencia de que si el Rey se despertara Alicia se apagaría como una vela, ya que ella no sería más que un producto de su sueño (a partir de ese párrafo a Borges se le ocurrieron un par de cuentitos).

Pero los sueños son otro tema. Parece que hay una teoría acerca de la existencia de universos múltiples que desarrolló un físico de apellido Everett. No sé si entenderla estará al alcance de mis blondas neuronas pero la sola idea de que el universo pueda desdoblarse en tantos caminos como posibilidades existan para cada ser humano es de por sí abrumadora. 

Por lo pronto me encanta pensar en la posibilidad de que existen umbrales tangibles a otras realidades, como ese espejo de Alicia, el armario de Narnia o -por qué no- el vuelo 815 de Oceanic Airlines. Siempre estuve convencida de que algo así podía -puede- pasar, y por las dudas me mantengo alerta.


Imagen de la película "Coraline y la puerta secreta"

martes, 11 de octubre de 2011

En dos ruedas

Me gusta la bicicleta porque a diferencia de otros medios de transporte requiere de cierto esfuerzo físico (y a veces destreza) del ciclista para desplazarse. En ese sentido podría comparársela con los patines. Y en otro sentido uno podría afirmar que la bici viene a ser una versión inanimada del caballo.

Mi primera bicicleta fue roja, de las más chicas, con rueditas. En realidad no era mía sino que ya estaba en casa, había sido de mis hermanas. En esa aprendí a andar, primero en el garage, después en el patio, por último en la calle. 

Después vino una verde, mediana, nueva, que me regalaron para Reyes. Fue la primera bicicleta que fue realmente mía, y por eso es quizás la más memorable. Con esa aprendí a andar de verdad, sin las rueditas de auxilio, y también me pegué el golpe más fuerte que recuerdo: iba a toda velocidad por la calle de mi casa, no sé qué pasó pero aterricé con la cara en pleno asfalto. Un rato más tarde, cuando se me deshinchó un poco la cara, se dieron cuenta de que me faltaba un diente y lo fueron a buscar al lugar de los hechos. Ahí estaba. 

Después vino una rosa, de paseo, ya de tamaño adulto, a la que le puse nombre (Martina), y era la que me llevaba a todos lados cuando tenía más o menos quince años.

Por último tuve otra verde, playera esta vez, que me compré con mis ahorros y me duró poco: me la robaron de la puerta de la escuela cuando iba a cuarto año del secundario (la "sensación" de inseguridad también existía en 1997).

Después no tuve más bicicletas. Creo que ahora me dieron ganas de tener otra: me imagino una de esas antiguas, recicladas, quizás de color amarillo o rojo, con bocina y canastito. Una bici nueva para salir a andar por las calles de Azul y sentir el frío en la cara y en las manos, para volver a tener esa sensación hermosa de dejar de pedalear y sentir que uno sigue avanzando.  

Póster publicitario "Gladiator Cycles", 1895

jueves, 6 de octubre de 2011

Chapeau!

Hace un tiempo me pasaron por mail el discurso que dio Steve Jobs en la Universidad de Stanford para los graduados del año 2005. En ese momento no sabía quién era, pero lo que leí me pareció verdaderamente fascinante e inspirador. Hoy lo volví a buscar para releerlo, y lo encontré en video, así que pude verlo y escucharlo, y así volver a pensar en todas las cosas que dice. Cuánta lucidez. 

Si no lo conocen, no se lo pierdan.  


Como él, yo confío en que todos los puntos van a conectarse en el futuro, de alguna forma u otra. Mientras tanto, hay que seguir buscando. Stay hungry, stay foolish. Un gran mensaje de un gran gran hombre.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Chica de calendario

(Primera edición del Blog Itinerante de ANNE BOLEYN)

No sé ustedes, pero yo estoy cansada de tener que cambiar de edad todos los años. No hablo del miedo a envejecer sino de tener que acordarme cada vez que me preguntan la edad cuántos años tengo. ¿24? ¿25? ¿18? ¿50? Lo mismo me pasa a la hora de poner la fecha ¿2000? ¿2010? ¿2011? ¿Marzo? ¿Mayo? ¿Mes 10? ¡¿Quién fue el infeliz que le puso números a los meses?!

Momento Violencia Rivas aparte, creo firmemente que tenemos tres edades: la edad biológica, la edad que aparentamos y la edad que llevamos dentro del corazón. 

Mi edad biológica dice que tengo 25 años y 4 meses exactos. Según dicen, no aparento más de 18/19 años. En cuanto a mi edad del corazón, podríamos decir que tengo "an old soul" como dicen en las películas yanquis para dar a entender que una tiene el temperamento de una cincuentona menopáusica. Por ejemplo, no me hablen de ir a bailar o salir de mi casa pasadas las 23 porque soy capaz de ponerme a llorar. Los ruidos demasiado altos o las luces de humo me garantizan una migraña que sólo se me pasa con mi cóctel de Valium y otras drogas. No me vengan con "modas". No me importa si la próxima Reina de Inglaterra lo usa o si es furor en Europa; si no me gusta, no lo uso. Me molesta el humo del cigarrillo, ni hablar si están fumando otros yuyos. Miro muy mal a las madres que dejan que sus hijos se comporten como el bastardo de Satanás. Lo mismo a los adolescentes que van por la vida creyendo que el mundo es suyo. 

Tengo 25 años y soy tan o más jodida que mi abuelo de 86. 

Henry dice que promedie las 3 edades para obtener mi edad real pero a mí me parece una tontería porque así mi edad "real" sería de 31: la edad de la maternidad, divorcios, crisis existenciales y demás. Por lo tanto, decreto que mi edad real, más allá de las apariencias y de lo que diga mi certificado de nacimiento, es 50. Sí, los 50 son mis nuevos 25. 

"Old punk", ilustración de Will Murai

martes, 4 de octubre de 2011

La señorita Cora (con el perdón de Julio)

Es cierto que desde que trabajo muchas horas por día no me ocupo de la limpieza de la casa. Para eso viene una mujer los lunes que se encarga de transformar el caos más absoluto en un sitio habitable: Cora.

Cora limpia, ordena, encera, plancha, hasta le saca brillo a los adornos. Y como si fuera poco, para el deleite de mi alma antisocial, no habla. Apenas llega se pone los auriculares y hace la suya. Se ríe sola de los chistes que escucha en la radio, decide sola dónde va cada cosa y busca -también sola- las cosas que necesita para hacer la limpieza. Además trabaja en la casa de mis cuñados, y una vez les preguntó si yo era hippie, supongo que por el despliegue de piezas para armar accesorios que encuentra cada vez que viene.

Cora es lo más. Pero el hecho de tener a alguien que lo haga no significa que se me vayan a caer los anillos si tengo que ponerme a limpiar. No es algo que disfrute (tampoco soy masoquista) y además soy “un poco” dejada, pero durante mi época de estudiante lo hice, mal o bien, y también mientras fui desocupada y pseudo desocupada.

Una vez una ex jefa me preguntó, con los ojos abiertos de par en par, mezcla de asombro y afectación: ¿Alguna vez limpiaste un baño?  Casi se muere cuando le dije que sí. Vale aclarar que es la misma mujer que me dijo un día “yo prefiero que las mucamas sean paraguayas, porque son como animalitos”. Un festival para el INADI.

¿Alguna otra Cora por ahí? ¿O una frase que supere la de las paraguayas?

P.D: Mañana el post lo escribe Anne Boleyn. Ya lo leí y está buenísimo J

lunes, 3 de octubre de 2011

Viva la pepa

Otro día voy a hablar de las galletitas en general, o “masitas” como les decía la abuela María, de las ricas y de las incomibles, quizás haga un ranking y todo. Pero hoy tengo ganas de reivindicar a la pepa (siempre hablando de galletitas, ojo), esa deliciosa circunferencia de masa dulce de tinte amarillento coronada por una cucharada de dulce de membrillo.

Las pepas son las compañeras ideales para el mate amargo. Son tan empalagosas que no podrían comerse con algo que les haga competencia en dulzura, como un submarino o un té de arándanos, por ejemplo. Y además son pesadas. Un paquete de pepas es capaz de reemplazar perfectamente una comida.

Las mejores pepas son, sin dudas, las de panadería, para las cuales hay que desembolsar más de 20 pé por un cuarto, pero vale la pena. Es la pepa en su más alta expresión: una masa suave y delicada apenas amarilla (porque no tiene colorante), y la medida justa de dulce de membrillo, que si no es casero le pasa raspando. Son un poco más chicas que las envasadas, y por eso uno puede llegar a comer cantidades indecentes. Un verdadero placer.

En las antípodas se ubican las temibles “Trío”, que consisten en un guarango disco de masa arenosa, de color amarillo fluorescente, en la que un medallón de un material sintético rojizo con gusto a brea y duro como la piedra hace las veces de “dulce de membrillo”. Son secas como pocas y difíciles de digerir, pero el paquete se consigue desde $4.

En el medio hay versiones más dignas como las “Tía Maruca” o las “Terepín”, lo cual hace de la pepa una galleta democrática, versátil, apropiada para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. Viva la pepa. He dicho.


viernes, 30 de septiembre de 2011

Zapatos nuevos

Cuando terminé séptimo grado pedí de regalo el libro de Mafalda, ese amarillo de tapas duras tamaño XL que tiene todas las historietas publicadas (más algunas inéditas) y que hoy, viejo y amarillento, sigue siendo uno de mis tesoros más preciados.

Quino es un genio. Tiene una sensibilidad envidiable para retratar con humor situaciones cotidianas, y algunas que no lo son tanto. A los doce años obviamente me perdía una gran parte de ese humor que fui descubriendo después al releer una y otra vez esas tiras, de las que no me canso nunca (me viene a la cabeza cuando Mafalda le pide al padre que le explique el tema de Vietnam “sin las partes pornográficas”).

Todos sus personajes tienen rasgos en los que es posible reconocerse, en mayor o menor medida. En mi caso, creo que con el que más me identifico es con Felipe, que vive más en el mundo que se imagina que en el que realmente vive, y es lo más perezoso que existe en cuanto a sus obligaciones (en su caso hacer la tarea). También me gusta creer que conservo un poco de la inocencia de Guille, que tengo mis momentos de lucidez como Mafalda (y que soy un poco bicho raro como ella). No falta una cuota de la bestialidad testaruda de Manolito, y pienso que me vendría bien un poco del optimismo de Miguelito y otro de la actitud desfachatada de Libertad.

Pero hoy estoy en modo Susanesco. No con el tema de los hijitos y todo eso, sino sacando a relucir mi faceta más superficial, rubia y Ohlalera (¿hay un perfil más acertado de la lectora de Ohlalá?). Hoy no me importa nada más que el par de zapatos que me espera en cierto local de cierto shopping del microcentro porteño. Hoy quiero ser Susanita, esa egoísta que vive en una nube de pedo, y que mis preocupaciones pasen sólo por pensar con qué los voy a combinar.   


Harry Ekman, "Blonde with purple negligee and red shoes",


jueves, 29 de septiembre de 2011

Que los cumplas... ¿feliz?

Qué feos son los festejos de cumpleaños en la oficina. Por lo general el circo empieza una semana antes, con un mail recordatorio invitándote a participar de la colecta para el regalo. Eso significa más de dos mails semanales anunciando que “se acerca el cumpleaños de Fulano, de Mengano y de Porongo Mocho, el que quiera colaborar con el regalo por favor acerque su aporte a Sultanita” (porque siempre son mujeres las que se ocupan de las colectas, ¡obvio!).

El día “D” arranca con la decoración con guirnaldas multicolores de la oficina o box del homenajeado, para que nadie pueda alegar desconocimiento y todos se sientan obligados a pasar y saludar. Y no se contentan con un único saludo al principio del día, claro que no. Creen necesario hacer un comentario cada vez que te cruzan por el pasillo, del estilo “¿Y? ¿Cómo te trata el cumpleaños?” como si el cumpleaños fuera una persona física capaz de tratarte bien o mal, o “¿Cómo lo estás pasando”?, pregunta que se respondería sola si fueras capaz de ver que en lugar de estar tomando mojitos en algún bar estoy acá trabajando, pedazo de marmota.

Pero todavía falta lo mejor. Al final de cada mes, otro correo electrónico invita a los empleados del piso a concurrir a una de las salas de reuniones para “festejar” todos los cumpleaños del mes, si es que se puede profanar este verbo para referirse a tamaño espectáculo. En épocas de "vacas gordas", el ágape consiste en sándwiches de miga, papas fritas, alguna torta fashion y gaseosas varias. Cuando hay escasez, en cambio, sólo hay papitas y chizitos de marca genérica, y para tomar, agua del dispenser en vasitos blancos de telgopor.

Una vez llegada toda la concurrencia empieza el rito, sometiendo a los cumpleañeros a la tortura del cántico falso y acartonado, el cual -por supuesto- es necesario agradecer. Luego se hace entrega de los regalos, que con la inflación y la falta de aumentos vienen cada vez más flacos (a $10 promedio por persona mucho no se puede esperar). Después sigue una media hora siniestra en la que se debaten temas apasionantes como la importancia de la peridural, pros y contras del taco chino o cualidades físicas de los pasantes. En esos minutos uno espera la más mínima oportunidad para levantarse y huir.   

Ayer hubo cumpleaños en la oficina. Menos mal que el mío este año cae domingo, y para el festejo veré cómo me las arreglo para no estar.