Tengo un grupo de amigas con las que hay que planear los encuentros con un mínimo de dos semanas de anticipación. Que los chicos, que el trabajo, que el viaje, que la pindonga mocha. Obviamente, nos vemos cada vez menos. Pensaba el otro día en cómo se ha perdido esa costumbre de la visita"paracaidista", esa que caía sin avisar y se instalaba, con suerte con una docena de facturas o un paquete de bizcochitos. Y hablo en pasado porque creo que eso no existe más, o por lo menos no acá en Buenos Aires.
Hoy es impensable una visita sin al menos un mensaje de texto previo, por más confianza que haya. Todo es tan planificado, tan agendado de antemano que pareciera que hay algo que se perdió en el camino. La espontaneidad, digamos, la sorpresa del "Che, ¡mirá quién vino!", o de encontrar al visitado en pijamas o en situaciones poco decorosas.
¿Será que nos volvimos demasiado celosos de nuestro tiempo y por eso ponemos tantas trabas para compartir un simple momento? ¿O será que de repente nos hicimos grandes?