Lady L

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lunes, 15 de octubre de 2012

La porteñidad al palo

Salir de la Matrix laboral oficinista tiene sus pros y sus contras. Entre los pros, está poder ir a desayunar un lunes a las 9.30 a un bar del año del jopo como "El Banderín", un lugar donde la única promoción posible de desayuno consiste en un café con leche con tres medialunas (¿qué otra cosa si no?). Muy lejos de las opciones palermitanas que incluyen huevos revueltos, pan casero o granola. Voy por la opción única, entonces, pero no hay manera de que pueda terminar esas tres medialunas gigantes que me traen en un platito de plástico verde agua. 

Al principio estoy sola, pero poco a poco el bar se va llenando. Los tipos se sientan de a dos o tres en las mesas y hablan fuerte. Toman café con leche o café en jarrito con una medialuna de grasa. Algunos se levantan y se sirven soda del sifón que hay en la barra, al lado del teléfono semi público. Otros desayunan ahí mismo, parados, mientras hojean el diario.

El bar está lleno de banderines. Hay una heladera antigua, de esas enormes, de madera, y muchas fotos. Creo que está la de Perón medio escondida entre la Hesperidina y la caña Legui. Un poco más lejos, en la misma pared, Fangio, Gardel y Pasarella.

Entran más tipos, saludan con un "buen día" general como si entraran a su casa y piden café. Aparte de las conversaciones, el único sonido que se escucha es el de la radio AM y la máquina de café. No hay celulares. No hay tecnología. Esta esquina bien podría ser un lugar detenido en el tiempo. Algunos viejos relojean, me miran escribir en mi cuaderno. Me siento sapo de otro pozo, pero sin incomodidad (eso sí, me alegro de no haber traído la notebook rosa). 

En una mesa cercana, un hombre se levanta y deja caer un billete azul al lado de la taza vacía. No llego a ver bien, pero por el color creo que es uno de 10.000 australes. 

viernes, 20 de julio de 2012

El día del amigo

No falla: el 20 de julio de todos los años los contactos que se autodenominan amigos de uno (más los amigos de verdad) nos bombardean durante 24 horas con saludos virtuales. Tienen a su favor toda una batería de armas tecnológicas: mensajes de texto, whatsapp, mail, Facebook, Twitter. El teléfono ha quedado absolutamente demodé (gracias, Dios).

Hay una variada gama de estos "amigos" ocasionales, que salen a relucir una vez al año:

Están los que mandan mensajes genéricos, del estilo "feliz día, TKM", razón suficiente para eliminarlos de inmediato (al mensaje y al "amigo" en cuestión); los que tienen una regresión adolescente y extienden la última letra de cada palabra, como si estuvieran gritando a la distancia ("feliz diaaaaaa amigaaaaaaa"); los que en lugar de amiga te dicen "AMI". ¿Qué les pasa? ¿No saben que no les van a cobrar por escribir la palabra entera? ¿Cuántos años tienen, por el amor de Cristo?; los que se ponen excesivamente sentimentales y hacen manifestaciones de amor eterno que en pocos casos se cumplen ("sabés que voy a estar siempre"); los que a modo de saludo te etiquetan en una tarjeta virtual horrible adornada con Tiger y Winnie Pooh (Winnie Pooh, en serio) y creen que con eso se ganan el premio al amigo del año.

Lo malo de este tipo de mensajes es que obligan a cierto tipo de reciprocidad. Teóricamente uno se vería obligado a contestar "Igualmente" (o, en su caso, "igualmenteeeee" o "igualmente AMI", dependiendo del código que haya utilizado cada emisor. En cambio, prefiero llamarme al silencio y contestarles sólo a aquellos que considero mis amigos. 

Es probable que después de esto me queden aún menos amigos que los que ya tengo. Mala suerte. Prefiero pocos y buenos y no cientos de pelotudos virtuales (Violencia Rivas mode ON).

Dicho esto, le mando un feliz día a mi puñadito de amigos de verdad, a esos que están siempre y no necesitan gritarlo a los cuatro vientos :)


martes, 3 de julio de 2012

En distintas canastas

Hay un dicho de abuela (no de las mías, pero puedo citarlo de todos modos) que habla de "guardar los huevos en distintas canastas". De no apostar a un proyecto único, bah, aunque creo que el dicho apunta más a lo económico. Dejando los huevos de lado, es típico de vieja eso de esconder billetitos en distintos lugares de la casa, al punto en que ellas mismas llegan a olvidar los escondites y después vaya a saber uno qué sucede con esos pequeños tesoros. Mi tía, por ejemplo, es una profesional del tema. Una vez sacó un rollo de dólares de la tulipa de una lámpara del living, y otro del fondo de una maceta.

Pero me fui por las ramas. Me parecía interesante esa idea de diversificarse y no volcar todas las energías en una sola cosa, por varios motivos:
1. Porque si esa única cosa termina aburriéndote, te vas a querer matar;
2. Porque si esa única cosa termina saliéndote mal, te vas a querer matar;
3. Porque hay tantas cosas interesantes que si sólo le ponés fichas a una, eventualmente te vas a dar cuenta y te vas a querer matar.

Siempre fui de hacer bastantes cosas a la vez (por suerte) pero ahora siento una libertad distinta, una energía que nace de las posibilidades (que no son infinitas, eso sí es una mentira, pero sí varias). Me gusta pensar en mí en distintas facetas, y encarnar cada una de ellas sin quedarme en un mismo molde. Creo que me quiero quedar con todas las canastas que tengo y por qué no, seguir sumando otras nuevas.

martes, 26 de junio de 2012

Filosofía barata

Tengo un grupo de amigas con las que hay que planear los encuentros con un mínimo de dos semanas de anticipación. Que los chicos, que el trabajo, que el viaje, que la pindonga mocha. Obviamente, nos vemos cada vez menos. Pensaba el otro día en cómo se ha perdido esa costumbre de la visita"paracaidista", esa que caía sin avisar y se instalaba, con suerte con una docena de facturas o un paquete de bizcochitos. Y hablo en pasado porque creo que eso no existe más, o por lo menos no acá en Buenos Aires.

Hoy es impensable una visita sin al menos un mensaje de texto previo, por más confianza que haya. Todo es tan planificado, tan agendado de antemano  que pareciera que hay algo que se perdió en el camino. La espontaneidad, digamos, la sorpresa del "Che, ¡mirá quién vino!", o de encontrar al visitado en pijamas o en situaciones poco decorosas. 

¿Será que nos volvimos demasiado celosos de nuestro tiempo y por eso ponemos tantas trabas para compartir un simple momento? ¿O será que de repente nos hicimos grandes?

martes, 19 de junio de 2012

Spectre

Por enésima vez me senté a ver "El gran pez". Por algún motivo, todo lo que hace Tim Burton me conmueve. Personajes oscuros con tanta sensibilidad, tan profundos y a la vez tan frágiles. Jack, el Joven Manos de Tijera, Willy Wonka, el Chico Ostra, el Guasón, Beetlejuice, el Sombrerero Loco. Todos "monstruos"(nótense las comillas) a los que dan ganas de abrazar. 

En "El gran pez" los monstruos son personajes secundarios y no muy temibles: el gigante, la bruja del pantano, las siamesas vietnamitas. 

Quizás es por la ausencia de monstruo que "El gran pez" me lleva de las ganas de abrazar a ese estado de emoción violenta difícil de explicar pero que es una mezcla de congoja (de esa que duele en la garganta) y felicidad por una historia tan hermosa y perfecta. 

Pienso que los monstruos del protagonista son internos y son varios. Uno de ellos es la conciencia de lo irrecuperable, uno de los ejes de la historia que toma cuerpo en ese pueblito que Edward Bloom encuentra escondido en el camino: Spectre. ¿No es simplemente genial la idea de un lugar al que se llega demasiado temprano o demasiado tarde

Por suerte Will no llega demasiado tarde a entender a su padre y así, el final de "El gran pez" se convierte en una de las cosas más lindas que he visto, aun con los ojos nublados y rojos gracias a la magia del turro de Tim.

"Big fish" de Tim Burton