Salir de la Matrix laboral oficinista tiene sus pros y sus contras. Entre los pros, está poder ir a desayunar un lunes a las 9.30 a un bar del año del jopo como "El Banderín", un lugar donde la única promoción posible de desayuno consiste en un café con leche con tres medialunas (¿qué otra cosa si no?). Muy lejos de las opciones palermitanas que incluyen huevos revueltos, pan casero o granola. Voy por la opción única, entonces, pero no hay manera de que pueda terminar esas tres medialunas gigantes que me traen en un platito de plástico verde agua.
Al principio estoy sola, pero poco a poco el bar se va llenando. Los tipos se sientan de a dos o tres en las mesas y hablan fuerte. Toman café con leche o café en jarrito con una medialuna de grasa. Algunos se levantan y se sirven soda del sifón que hay en la barra, al lado del teléfono semi público. Otros desayunan ahí mismo, parados, mientras hojean el diario.
El bar está lleno de banderines. Hay una heladera antigua, de esas enormes, de madera, y muchas fotos. Creo que está la de Perón medio escondida entre la Hesperidina y la caña Legui. Un poco más lejos, en la misma pared, Fangio, Gardel y Pasarella.
Entran más tipos, saludan con un "buen día" general como si entraran a su casa y piden café. Aparte de las conversaciones, el único sonido que se escucha es el de la radio AM y la máquina de café. No hay celulares. No hay tecnología. Esta esquina bien podría ser un lugar detenido en el tiempo. Algunos viejos relojean, me miran escribir en mi cuaderno. Me siento sapo de otro pozo, pero sin incomodidad (eso sí, me alegro de no haber traído la notebook rosa).
En una mesa cercana, un hombre se levanta y deja caer un billete azul al lado de la taza vacía. No llego a ver bien, pero por el color creo que es uno de 10.000 australes.