Lady L

Lady L

viernes, 21 de octubre de 2011

Colorín colorado


Preguntas existenciales que uno se hace: ¿por qué la mayoría de las pelirrojas son lindas y sexies y en cambio los pelirrojos son más feos que una patada en las encías?

Pienso en pelirrojas y enseguida se me vienen a la cabeza las imágenes de diosas como Rita Hayworth, Christina Hendricks, Geri Halliwell, Emma Stone, Nicole Kidman y Jessica Rabbit.

En cambio de varones sólo puedo pensar en Ron Weasley (el amigo de Harry Potter), el príncipe Henry, Philip Seymour Hoffman (foto), el Colorado R de mi trabajo, Chucky, Ronald Mc Donald y el payaso de It. Dicen que Judas era pelirrojo también.

Son todos feos. Y salvo el bueno de Ron, todos los demás comparten características bastante desagradables. Hay gente que le tiene fobia a los pelirrojos, incluso miedo. Otros dicen que traen mala suerte, y que por las dudas al ver uno hay que tocarse ciertas partes izquierdas del cuerpo (que varían según el sexo del supersticioso en cuestión), para evitar cualquier riesgo.

¿Por qué la genética en los pelirrojos es tan bondadosa con las mujeres y tan cruel con los hombres? Ya bastante tienen los pobres rojizos con quedar condenados desde el nacimiento al apodo “Colo” (porque la gente es muy poco original con esas cosas) como para –encima- cargar con el peso de la fealdad.

Una incógnita. 

Philip Seymour Hoffman, ilustración de Eric Jones

jueves, 20 de octubre de 2011

Boom

Hay pequeñas cosas que pueden hacer que un día de mierda sea un poquito mejor.

Cuando era chica de vez en cuando había amenaza de bomba en la escuela. Entonces nos hacían salir a todos, nos llevaban a dos cuadras de distancia (precaución ridícula si las hay, porque si lo de la bomba era cierto nos moríamos igual) y ahí, mientras llegaban los bomberos y revisaban aula por aula, nosotros jugábamos interminablemente al juego de la oca, felices de perder unas cuantas horas de clase.

Cada vez que hay simulacro de incendio en el trabajo me acuerdo de esa época. También nos hacen bajar a todos y nos dicen que esperemos en la esquina. Hay personas encargadas de mantener la calma y de guiar a la multitud por las salidas de emergencia (se las reconoce por el ridículo casco rojo que las obligan a usar).

Así que ahí vamos, toda la manada de ovejitas mansas a papar moscas mientras termina el simulacro. Algunos se estresan porque tienen cosas que hacer. Otros se mantienen alienados en las pantallas de sus Blackberries. Yo disimulo la alegría de escapar por un rato del odioso escritorio. Claro que si  propongo jugar al juego de la oca con Gente Seria Con Mayúsculas corro el riesgo de que me miren un poco raro, por eso opto por aprovechar el bache para ir a mirar vidrieras al shopping o a tomar un cafecito por ahí.

Lo de la amenaza de bomba no se le ocurrió a nadie. Todavía. 

"Betty vs. the pigeons", ilustración de Neal Mc. Cullough

miércoles, 19 de octubre de 2011

Vamos por partes

Dijo Jack, y esta vez no me refiero al Destripador, sino a Jack Nicholson en su personaje -también Jack- en The Shining (El Resplandor).

Ayer vi de nuevo esta película de Kubrick que ya tiene unos añitos (al que se le ocurra llamarla vieja lo ahorco, porque es de 1980) y confirmé que lo mejor, sin dudas, es él. Creo -sin contar nada del argumento- que el mismo guión con cualquier otro actor hubiera pasado desapercibido. Pero esa cara, esos ojos inconfundibles y esa sonrisa siniestra que después sería el sello del Guasón, me parecen suficientes para asustar a cualquiera. 

La peli, aunque hoy parece un poco lenta en ritmo, está llena de escenitas sutilmente macabras, que son lo que más me gusta del género de terror. No me seducen los chorros de sangre, los monstruos o los aliens. A mí dénme el fantasma de unas mellizas muertas hace años en un hotel vacío en el medio de la montaña, o la imagen de un nene con ropa 100% ochentosa (corte taza incluido) repitiendo "redrum, redrum" (murder al revés) como un desquiciado con una voz ronca y extraña y ya estoy lista para los pochoclos. Lo mismo me pasa con otras películas, las cosas que me ponen la piel de gallina son quizás las menos obvias (la imagen de los globos de colores en It, el frío en la habitación de El exorcista).

El resplandor quizás no sea la mejor película de terror que vi, pero definitivamente está entre las mejorcitas del rubro, o sea en el selecto grupo de las que compro para, de vez en cuando, volver a ver. 

Ilustración: David Lasky, via Flickr


martes, 18 de octubre de 2011

#brevísima


IMPORTANTE: el presente post debe ser leído sin ánimo ofensivo o acusatorio alguno y al simple y mero efecto de provocar si no una sonrisa, al menos una reacción, mueca o gesto cómplice entre los lectores. Bajo ningún aspecto podrá considerarse ninguna de las afirmaciones que siguen como ataques directos y/o indirectos a la persona y/o bienes del lector. La propietaria de este blog no se responsabiliza por el daño moral que pudiera causar cualquier interpretación en contrario.

Aclarado lo anterior, empiezo: tengo una cuenta de Twitter pero todavía no le agarro mucho la onda. Lo abro muy poco, y sí, admito que me cuelgo leyendo comentarios ingeniosos que seguramente no se me ocurrirían, o me entero de alguna que otra propuesta que me parece interesante. Sigo a personalidades muy disímiles, de todo tipo, rango y color, también a algunas publicaciones, marcas e instituciones. Cada tanto “tuiteo” o “retuiteo” alguna boludez.

Sabía que Twitter significaba gorjeo en inglés (de ahí el famoso pajarito) o “parlotear, cotorrear”, pero por pura curiosidad busqué en el diccionario el significado de twit, y me encontré con que es un sustantivo que significa imbécil. ¿Lo habrán tenido en cuenta a la hora de bautizarlo? No puedo creer que no.

Pareciera que la palabra Twitter encierra un claro doble sentido en el que el pajarito azul se puso al frente para engañar a la gilada y en realidad no se trata de otra cosa que de un gran amontonamiento de imbéciles (ya dije que me incluyo) exteriorizando sus pensamientos en 140 caracteres. Algunos más imbéciles que otros, claro está, como los que creen digno de compartir con el mundo que están esperando que llegue la pizza o que se les despintó la uña del dedo meñique. Se me ocurre que el máximo exponente de imbecilidad podría ser Grace Alfano, o Paris Hilton, y en el otro extremo estarían capos como Stephen Hawking o Damon Lindelof.

¿Tienen cuenta de Twitter? ¿A quiénes pondrían en el top 3 de la imbecilidad?

Imagen: Flickr (no sé cuál es la fuente original...)



lunes, 17 de octubre de 2011

Whisky!

Las cámaras digitales y su ilimitada cantidad de disparos tienen la culpa de que se haya perdido un poco la magia de las fotos. Antes se compraban rollos de 12, de 24, de 36, y ése era el promedio de fotos que se sacaba en un evento X (nacimiento, bautismo, cumpleaños). Para viajes o casamientos quizás eran un poco más, pero creo que nunca más de 100. La cantidad obscena de fotos que se sacan hoy en día (que no es lo mismo que decir la cantidad de fotos obscenas), era algo impensado.

Quizás por la misma multiplicación hasta el infinito de fotos es que ha decaído el interés en ellas, por aquello de la "utilidad marginal", que le llaman los economistas.

Antes una foto era algo especial, único, porque se tenía una, dos, o tres de ese momento que valía la pena ser recordado. El revelado se esperaba con impaciencia, y salir bien o mal en la foto era irreversible. Ahora es "borrala, sacá otra". Y otra. Y otra, hasta que esa amiga semi baqueta se parezca lo más posible a Charlize Theron y pueda usar la foto para su perfil de Facebook.

Algunos no se conforman con sacar fotos, van más allá: tienen que mostrarlas, subirlas a Facebook, etiquetar, comentar. Si no, es casi como si aquel momento no hubiera existido para ellos. Es lo que dice el personaje de Mark Zuckerberg en la película Red Social (5 pulgares arriba): "Antes vivíamos en granjas, después vivimos en ciudades, ahora vamos a vivir en la red". 

Personalmente coincido con el comentario de Anne de hace unos días: me quedo con la cámara analógica (o con un prudente uso de la digital) y con calidad antes que cantidad, con espontaneidad antes que perfección. Y sí, me banco salir mal, que es en casi todos los casos.

"Smile", ilustración de Mr. Brainwash

viernes, 14 de octubre de 2011

That 80's Show

¿Qué es un walkman?—me dijo el otro día mi sobrino de siete años, y me arrojó a la cara sin piedad la conciencia de mis 30 años.

—¿Cómo qué es un walkman? El aparato donde se escuchaban cassettes —dije yo, dándome cuenta en el acto de que en lugar de aclararle algo al pobre chico, lo estaba confundiendo más. Efectivamente, me miró con una expresión en los ojos como si le estuviera hablando en chino.

—Es para escuchar música con auriculares... Es como un Ipod —le dije por fin, y ahí sí entendió y se fue.

Me di cuenta de que además de desaparecer los objetos, se perdieron todas esas palabras que hoy nos parecen obsoletas, como diskette, Atari, austral, Commodore 64, vaqueros, videocassettera, cospel, máquina de escribir, tocadiscos.

Las expresiones ochentosas también cayeron en desuso: "es un potro", "qué fachón", "está de onda", "mató", "es una masa", "faaaa", etc, aunque algunas volvieron renovadas y ahora son vintage, como "cheto" o "chapar".

Igual nunca falta el desprevenido que en el medio de una frase deja caer alguna de estas palabras delatoras, como ayer una mujer en la clase de pilates, que dijo: "me siento en el Italpark". En estos casos a uno no le queda otra que la media sonrisa cómplice, comprensiva, mientras los menores de 20 te miran con esa expresión vacía en los ojos como si les estuvieras hablando en chino.
"80's stuff", Anthony Peters

jueves, 13 de octubre de 2011

Te conozco, mascarita

Hay un diálogo buenísimo en Kill Bill, en el que David Carradine (Bill) le habla a Uma Thurman (Beatrix Kiddo) sobre la mitología de los superhéroes.

Le dice que lo común en una historia de mitología es que por un lado esté el superhéroe, y por el otro su alter-ego. Que Batman en verdad es Bruce Wayne, que Spiderman es en realidad Peter Parker: cuando ese personaje se despierta por la mañana, es Peter Parker. Tiene que ponerse un traje para convertirse en Spiderman.

Dice Bill que en esa característica es en la que Superman no tiene semejante. “Superman no se convirtió en Superman, nació siendo Superman. Cuando se levanta por la mañana, es Superman. Su alter-ego, es Clark Kent. Ese traje, con la S en rojo, era la colcha con la cual estaba envuelto de bebé cuando los Kent lo encontraron. Esa es su ropa. Lo que usa Kent, las gafas, el traje de negocios, ese es el disfraz. Ese es el traje que utiliza Superman para mezclarse entre nosotros. Clark Kent es como Superman nos ve a nosotros. ¿Y cuales son las características de Clark Kent? Es débil, inseguro... es un cobarde. Clark Kent es la crítica que hace Superman sobre toda la raza humana.”

A veces los que no somos superhéroes (o no lo sabemos todavía, ja!) también nos ponemos disfraces para mezclarnos con el resto, para camuflarnos y encajar. En general esos disfraces son como los describe Bill, nuestra propia visión de los que nos rodean, o en algunos casos, nuestra versión de cómo pensamos que los otros nos ven. Nos ponemos máscaras que van variando de acuerdo a la ocasión. Si el disfraz es lo suficientemente bueno, quizás los demás nunca lleguen a notar el artificio. El peligro está en dejárselo puesto demasiado tiempo, y olvidarse de cuál era nuestra identidad original.


"Superman's day off", Jennie Ottinger, 2010

miércoles, 12 de octubre de 2011

Los senderos que se bifurcan

El tema de los universos paralelos me parece fascinante. Creo que me intrigó por primera vez en una película que vi de chica, en la que dos gemelas lograban atravesar un espejo y entraban en un mundo similar a éste, pero en el que pasaban cosas extrañas. Después me di cuenta de que esa película (no me acuerdo el nombre) no era más que una burda copia de “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí”, la continuación de Alicia en el país de las maravillas.

En ese libro, Lewis Carroll deja caer algunas ideas más que interesantes, como la del Rey Rojo soñando con Alicia, y la advertencia de que si el Rey se despertara Alicia se apagaría como una vela, ya que ella no sería más que un producto de su sueño (a partir de ese párrafo a Borges se le ocurrieron un par de cuentitos).

Pero los sueños son otro tema. Parece que hay una teoría acerca de la existencia de universos múltiples que desarrolló un físico de apellido Everett. No sé si entenderla estará al alcance de mis blondas neuronas pero la sola idea de que el universo pueda desdoblarse en tantos caminos como posibilidades existan para cada ser humano es de por sí abrumadora. 

Por lo pronto me encanta pensar en la posibilidad de que existen umbrales tangibles a otras realidades, como ese espejo de Alicia, el armario de Narnia o -por qué no- el vuelo 815 de Oceanic Airlines. Siempre estuve convencida de que algo así podía -puede- pasar, y por las dudas me mantengo alerta.


Imagen de la película "Coraline y la puerta secreta"

martes, 11 de octubre de 2011

En dos ruedas

Me gusta la bicicleta porque a diferencia de otros medios de transporte requiere de cierto esfuerzo físico (y a veces destreza) del ciclista para desplazarse. En ese sentido podría comparársela con los patines. Y en otro sentido uno podría afirmar que la bici viene a ser una versión inanimada del caballo.

Mi primera bicicleta fue roja, de las más chicas, con rueditas. En realidad no era mía sino que ya estaba en casa, había sido de mis hermanas. En esa aprendí a andar, primero en el garage, después en el patio, por último en la calle. 

Después vino una verde, mediana, nueva, que me regalaron para Reyes. Fue la primera bicicleta que fue realmente mía, y por eso es quizás la más memorable. Con esa aprendí a andar de verdad, sin las rueditas de auxilio, y también me pegué el golpe más fuerte que recuerdo: iba a toda velocidad por la calle de mi casa, no sé qué pasó pero aterricé con la cara en pleno asfalto. Un rato más tarde, cuando se me deshinchó un poco la cara, se dieron cuenta de que me faltaba un diente y lo fueron a buscar al lugar de los hechos. Ahí estaba. 

Después vino una rosa, de paseo, ya de tamaño adulto, a la que le puse nombre (Martina), y era la que me llevaba a todos lados cuando tenía más o menos quince años.

Por último tuve otra verde, playera esta vez, que me compré con mis ahorros y me duró poco: me la robaron de la puerta de la escuela cuando iba a cuarto año del secundario (la "sensación" de inseguridad también existía en 1997).

Después no tuve más bicicletas. Creo que ahora me dieron ganas de tener otra: me imagino una de esas antiguas, recicladas, quizás de color amarillo o rojo, con bocina y canastito. Una bici nueva para salir a andar por las calles de Azul y sentir el frío en la cara y en las manos, para volver a tener esa sensación hermosa de dejar de pedalear y sentir que uno sigue avanzando.  

Póster publicitario "Gladiator Cycles", 1895

jueves, 6 de octubre de 2011

Chapeau!

Hace un tiempo me pasaron por mail el discurso que dio Steve Jobs en la Universidad de Stanford para los graduados del año 2005. En ese momento no sabía quién era, pero lo que leí me pareció verdaderamente fascinante e inspirador. Hoy lo volví a buscar para releerlo, y lo encontré en video, así que pude verlo y escucharlo, y así volver a pensar en todas las cosas que dice. Cuánta lucidez. 

Si no lo conocen, no se lo pierdan.  


Como él, yo confío en que todos los puntos van a conectarse en el futuro, de alguna forma u otra. Mientras tanto, hay que seguir buscando. Stay hungry, stay foolish. Un gran mensaje de un gran gran hombre.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Chica de calendario

(Primera edición del Blog Itinerante de ANNE BOLEYN)

No sé ustedes, pero yo estoy cansada de tener que cambiar de edad todos los años. No hablo del miedo a envejecer sino de tener que acordarme cada vez que me preguntan la edad cuántos años tengo. ¿24? ¿25? ¿18? ¿50? Lo mismo me pasa a la hora de poner la fecha ¿2000? ¿2010? ¿2011? ¿Marzo? ¿Mayo? ¿Mes 10? ¡¿Quién fue el infeliz que le puso números a los meses?!

Momento Violencia Rivas aparte, creo firmemente que tenemos tres edades: la edad biológica, la edad que aparentamos y la edad que llevamos dentro del corazón. 

Mi edad biológica dice que tengo 25 años y 4 meses exactos. Según dicen, no aparento más de 18/19 años. En cuanto a mi edad del corazón, podríamos decir que tengo "an old soul" como dicen en las películas yanquis para dar a entender que una tiene el temperamento de una cincuentona menopáusica. Por ejemplo, no me hablen de ir a bailar o salir de mi casa pasadas las 23 porque soy capaz de ponerme a llorar. Los ruidos demasiado altos o las luces de humo me garantizan una migraña que sólo se me pasa con mi cóctel de Valium y otras drogas. No me vengan con "modas". No me importa si la próxima Reina de Inglaterra lo usa o si es furor en Europa; si no me gusta, no lo uso. Me molesta el humo del cigarrillo, ni hablar si están fumando otros yuyos. Miro muy mal a las madres que dejan que sus hijos se comporten como el bastardo de Satanás. Lo mismo a los adolescentes que van por la vida creyendo que el mundo es suyo. 

Tengo 25 años y soy tan o más jodida que mi abuelo de 86. 

Henry dice que promedie las 3 edades para obtener mi edad real pero a mí me parece una tontería porque así mi edad "real" sería de 31: la edad de la maternidad, divorcios, crisis existenciales y demás. Por lo tanto, decreto que mi edad real, más allá de las apariencias y de lo que diga mi certificado de nacimiento, es 50. Sí, los 50 son mis nuevos 25. 

"Old punk", ilustración de Will Murai

martes, 4 de octubre de 2011

La señorita Cora (con el perdón de Julio)

Es cierto que desde que trabajo muchas horas por día no me ocupo de la limpieza de la casa. Para eso viene una mujer los lunes que se encarga de transformar el caos más absoluto en un sitio habitable: Cora.

Cora limpia, ordena, encera, plancha, hasta le saca brillo a los adornos. Y como si fuera poco, para el deleite de mi alma antisocial, no habla. Apenas llega se pone los auriculares y hace la suya. Se ríe sola de los chistes que escucha en la radio, decide sola dónde va cada cosa y busca -también sola- las cosas que necesita para hacer la limpieza. Además trabaja en la casa de mis cuñados, y una vez les preguntó si yo era hippie, supongo que por el despliegue de piezas para armar accesorios que encuentra cada vez que viene.

Cora es lo más. Pero el hecho de tener a alguien que lo haga no significa que se me vayan a caer los anillos si tengo que ponerme a limpiar. No es algo que disfrute (tampoco soy masoquista) y además soy “un poco” dejada, pero durante mi época de estudiante lo hice, mal o bien, y también mientras fui desocupada y pseudo desocupada.

Una vez una ex jefa me preguntó, con los ojos abiertos de par en par, mezcla de asombro y afectación: ¿Alguna vez limpiaste un baño?  Casi se muere cuando le dije que sí. Vale aclarar que es la misma mujer que me dijo un día “yo prefiero que las mucamas sean paraguayas, porque son como animalitos”. Un festival para el INADI.

¿Alguna otra Cora por ahí? ¿O una frase que supere la de las paraguayas?

P.D: Mañana el post lo escribe Anne Boleyn. Ya lo leí y está buenísimo J

lunes, 3 de octubre de 2011

Viva la pepa

Otro día voy a hablar de las galletitas en general, o “masitas” como les decía la abuela María, de las ricas y de las incomibles, quizás haga un ranking y todo. Pero hoy tengo ganas de reivindicar a la pepa (siempre hablando de galletitas, ojo), esa deliciosa circunferencia de masa dulce de tinte amarillento coronada por una cucharada de dulce de membrillo.

Las pepas son las compañeras ideales para el mate amargo. Son tan empalagosas que no podrían comerse con algo que les haga competencia en dulzura, como un submarino o un té de arándanos, por ejemplo. Y además son pesadas. Un paquete de pepas es capaz de reemplazar perfectamente una comida.

Las mejores pepas son, sin dudas, las de panadería, para las cuales hay que desembolsar más de 20 pé por un cuarto, pero vale la pena. Es la pepa en su más alta expresión: una masa suave y delicada apenas amarilla (porque no tiene colorante), y la medida justa de dulce de membrillo, que si no es casero le pasa raspando. Son un poco más chicas que las envasadas, y por eso uno puede llegar a comer cantidades indecentes. Un verdadero placer.

En las antípodas se ubican las temibles “Trío”, que consisten en un guarango disco de masa arenosa, de color amarillo fluorescente, en la que un medallón de un material sintético rojizo con gusto a brea y duro como la piedra hace las veces de “dulce de membrillo”. Son secas como pocas y difíciles de digerir, pero el paquete se consigue desde $4.

En el medio hay versiones más dignas como las “Tía Maruca” o las “Terepín”, lo cual hace de la pepa una galleta democrática, versátil, apropiada para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. Viva la pepa. He dicho.